Resulta que me descubro incómoda. Incómoda con los espacios en los que me muevo y en los espacios en los que estoy, incómoda incluso (aunque ya no tanto) dentro del cuerpo que habito. El problema con la incomodidad que siento con mi cuerpo puede deberse a un reflejo de las incomodidades que mencioné anteriormente. No me muevo con libertad en la ciudad. Creo que sufro mucho los trayectos en pesero, incluso cuando camino no siento plena amplitud para realizar mis movimientos. El encuentro con la gente y el tener que compartir espacio vital con las y los demás no me resulta grato porque siento que cada quién mide su espacio y siempre lo sobrepone al de las otras y los otros. Yo siempre me muevo para que los demás pasen, yo siempre me hago a un lado para que los demás se sienten, me pongo en situaciones incómodas para que los demás pasen, caminen, se acomoden pero no percibo que nadie ofrezca cierta comodidad a cambio. Me agoto de incomodarme por los demás... me siento por lo mismo incómoda conmigo misma. Mi lugar de trabajo cada vez es más incómodo. No tengo posibilidad de hacerlo mío (tal vez sea una ventaja). Los cables pasan bajo mis pies, me tropiezo a cada paso para sentarme o alejarme de mi silla, la cual casi no se mueve y no me permite estirar mis piernas. Trato de buscar una solución pero no logro darme un espacio cómodo... y aún así las incomodidades emocionales también cuentan. En casa... más o menos... sólo el orden de las cosas me gustaría que fuera más propicio, pero ahí sí tengo en mis manos claramente la solución, no me molesta tanto, ya que sé que ahí sí tengo mucho por hacer para facilitarme mis espacios. Por lo pronto creo que necesito aprender a respirar... a sentir... a ser...

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¡Gracias gente chida! Mi mes de cumpleaños está cerrando con ímpetu y mucho gusto al sentirme rodeada de amor proveniente de gente que es hermosa y sensible, ante eso no hay mejor regalo. Los abrazo desde mi lugar, puesto que por más incómodo que sea está lleno de cariño.